Alguien se refugia en las pequeñas cosas,
los libros, el café, las amistades,
busca paz en la hembra,
reposa en la esperanza,
pero no puede huir, es imposible...
Algo he de andar buscando en ti, algo mio que tú eres y que no has de darme nunca...
Adán y Eva IV (Fragmento)
-Hace tres días salió Adán y no ha vuelto. Ay, yo era feliz, yo era feliz.
He tenido miedo, no he podido dormir.
Estoy sola, ¿por qué no regresa? Salí a buscarlo pero él no estaba, lo llamé. Me asusta la noche, ¿qué puedo hacer sin él? Todo es muy grande, muy largo, sin rumbo. Estoy perdida, rodeada de cosas extrañas, ¿Por qué no vuelve ya?
Adán, Adán, Adán, se va a apagar el fuego, me voy a apagar yo, y tú no vuelves. ¿Qué vas a encontrar?
Y Eva se quedo dormida. Y estaba dormida cuando llegó Adán.
Adán llegó cansado pero no descansó. Se puso a mirarla, y la estuvo mirando por primera vez.
Adán y Eva VIII (Fragmento)
PRÓLOGO
Estamos haciendo un libro,
testimonio de lo que no decimos.
Reunimos nuestro tiempo, nuestros dolores,
nuestros ojos, las manos que tuvimos,
los corazones que ensayamos;
nos traemos al libro,
y quedamos, no obstante,
más grandes y más miserables que el libro.
El lamento no es el dolor.
El canto no es el pájaro.
El libro no soy yo, ni es mi hijo,
ni es la sombra de mi hijo.
El libro es sólo el tiempo,
un tiempo mío entre todos los tiempos,
un grano en la mazorca, un pedazo de hidra.
Tarumba
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?
Quién sabe en que rincón del trago,
a que horas pensaste
que la vida era maravillosa.
Te pusiste tu cara de idiota
y te alegraste.
Sentiste que ibas a ser papá.
Amaste lo elemental. Hablaste
a las piedras, y sacaste del bolsillo
el resplandor de santo con que te ves tan bien.
Todos dijeron: ¡A un lado!
y pasaste en silencio, sobre la adoración.
Desde esa vez andas de mal humor.
Te molestan las gentes
y aún dentro del sueño
no miras nada.
Adelgazas como el viento
y oyes voces con el corazón.
Eres , casí, tu estatua.
¡Alabado sea Dios!
Entonces, sobre la tierra,
los hombres empiezan a volar como los ángeles.
En los mercados venden la felicidad.
...y tú, delgado como una sonrisa, sueñas...
Miras pasar, Tarumba, el río del mundo,
las cabezas, los brazos,
los escorzos, las bocas.
Miras pasar a los amantes separados
y a los sabios del odio,
los dueños de la soledad,
nadando en gritos,
ahogándose en la espuma de su sangre...
Quebrado como un plato
quebrado de deseos, de nostalgias, de sueños.
Yo soy este que quiere a fulana el día trece de cada mes
y este que llora por la otra y la otra cuando las recuerda.
¿Qué deseo de hembras maduras
y de mujeres tiernas!
Mi brazo derecho quiere una cintura
y mi brazo izquierdo una cabeza...
Mientras como un rábano y tomo una cerveza
a la hora del calor, me acuerdo
del sueño de anoche.
Siento un bienestar erudito en la lengua
de la sal y del beso
¡Con que suavidad la unté sobre mi cuerpo!
¡Con que yodo de amor la quise!
La tengo todavía, penetrada,
sola de mí, perfecta,
hecha para mis brazos y mi boca.
Con el calor, a solas, la recuerda mi vientre,
más fiel que mi corazón, y la desea.
El dulce viento me despierta en las ingles
su contacto, su aroma, su innumerable amor.
¿De qué vergüenza huyes?
de que muerte te escondes?
Duérmete, mi niño, con calentura,
con dolor de cabeza,
estírate.
Duérmete con todo el cuerpo, niño,
envidia de los ángeles,
hijito enfermo.
Duérmete sin el grillo,
sin la aguja,
sin hambre.
Duérmete hasta mañana.
Duérmete, duérmete.
Vámonos a dormir,
a dormirnos.
El tubo de la noche, estírate.
Que se diga que Julio se duerme.
(Porque en la noche viene Tará
y te quita la enfermedad.
Luego encendemos el sol
con un cerillo de alcohol.)
Pero duérmete mi niño,
mi pedacito, a dormir,
a dormirse ya.
(Don Julito el fanfarrón,
don Julito es un fregón.)
Voy a sacudir tu cama:
que no tenga calentura
ni dolor de barriga
ni pulgas.
Aquí pongo este letrero
contra los mosquitos:
que nadie moleste a mi hijo.
Vamos a cantar:
tararí, tatá...
Tarumba (Fragmentos)
Así, como este anochecer, me siento. Las últimas luces se pierden en el cielo, y la sombra avanza sobre la tierra inundándola, igual que un agua espesa y obscura. En la ciudad es difícil sentirse perdido. He visto esta maniobra de la luz a través de la ventana, en mi casa, en un departamento atiborrado de ruidos, el calentador, la televisión, los gritos de los niños. Sólo por un instante me di cuenta del cielo. ¡Qué naturaleza, qué Dios tan distante y tan ajeno! Uno vive solo con sus deseos y ni siquiera es el espectáculo de sí mismo.
No hay lugar para la desesperación, ni para la fatiga, ni para la alegría. Pendiente sólo de la pierna que duele, de la hora de ir al trabajo, de la acidez, del dinero gastado, de la hora de acostarse; se resucita a veces, por un momento, con el juego del hijo, con el relámpago del deseo (que le deja a uno la carne alumbrada hasta caer) , y a veces también con las páginas blancas de la libreta en que se escribe y que son frente a uno como un espejo en que no se ve el rostro sino el destino...
Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces , en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tu piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí...
... Me alegro de que haya gentes tristes, como esa muchacha que podría quererme si no quisiera a otro. Me alegro del bueno de Dios que me deja alegrarme...
Dice Rubén que quiere la eternidad, que pelea por esa memoria de los hombres para un siglo, o dos, o veinte. Y yo pienso que esa eternidad no es más que una prolongación, menguada y pobre, de nuestra existencia...
No quiero convencer a nadie de nada. Tratar de convencer a otra persona es indecoroso...
No tengo ningún deseo de que me digan que la luna es diferente a mis sueños.
Antes de que caiga sobre mi lengua el hielo del silencio, antes de que se raje mi garganta y mi corazón se desplome como una bolsa de cuero, quiero decirte, vida mía, lo agradecido que estoy, por este hígado estupendo que me dejo comer todas tus rosas, el día que entre a tu jardín oculto sin que nadie me viera.
No pongas el amor en mis manos como un pájaro muerto.
Cada día, hijo mio, que se va para siempre, me deja preguntándome: si es huerfano el que pierde un padre, si es viudo el que ha perdido la esposa, ¿cómo se llama el que pierde un hijo?, ¿cómo, el que pierde el tiempo? Y si yo mismo soy el tiempo, ¿cómo he de llamarme, si me pierdo a mi mismo?
Hay un modo de que me hagas completamente feliz, amor mío: muérete.
Dentro de poco vas a ofrecer estas páginas a los desconocidos como si extendieras en la mano un manojo de yerbas que tú cortaste.
Ufano y acongojado de tu proeza, regresarás a echarte al rincón preferido.
Dices que eres poeta porque no tienes el pudor necesario del silencio.
¡Bien te vaya, ladrón, con lo que le robas a tu dolor y a tus amores! ¡A ver qué imagen haces de ti mismo con los pedazos que recoges de tu sombra!
Diario Semanario y Poemas en Prosa.
Tù tienes lo que busco, lo que deseo, lo que amo,
tú lo tienes.
El puño de mi corazón está golpeando, llamando.
Te agradezco a los cuentos,
doy gracias a tu madre y a tu padre,
y a la muerte que no te ha visto.
Te agradezco al aire.
Eres esbelta como el trigo,
frágil como la línea de tu cuerpo.
Nunca he amado a mujer delgada
pero tú has enamorado mis manos,
ataste mi deseo,
cogiste mis ojos como dos peces.
Por eso estoy a tu puerta, esperando.
JAIME SABINES