¿recuerdas que llegabas a casa dando tumbos de alegría porque en el camino encontraste a los viejos amigos con los cuales sueles tener charlas tan edificantes? Ya estaba entrada la tarde y el clima ofrecía lo mejor de si y tu decías: Debemos comer y tomar algo y olvidarnos de todos los pinches relojes del mundo. Entonces entrábamos en nuestro amable hogar burgués disfrutando del lugar sin pensar en toda la mierda que existe. Pero tu eras otro. Te quedabas mirándote por horas en el espejo tratándote de sacar la grandeza por algún lado y actuabas como un autista muy chingón que lo único que le importaba era su particular existencia. Caminabas cadenciosamente con una sonrisa en la boca por todo lo que a tu paso acontecía, todo era nuevo y maravilloso. Ibas repartiendo golpes por todos lados sin darte cuenta, desaseado, despeinado, con un pie a rastras y con el espíritu en otro lugar.
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